No quería despertarse del todo, así que medio abría los ojos despacio para después volverlos a cerrar. Eran aproximadamente las seis de la tarde y el calor entraba a raudales por la ventana. Las mejillas de Melibea estaban tintadas de rosa claro a causa del calor. De repente una corriente de aire entró por la puerta y Melibea se estremeció.
Se apoyó sobre sus codos para mirar quién había abierto la puerta y sonrió. Era él. Entró con ella en la cama y pronto notó su mano acariciando su espalda, suave, tímida, con dulzura. El contacto con sus manos le erizaba la piel, sus dedos subían hasta su hombro y después volvían a bajar. Melibea se giró y buscó la sonrisa de Jack bajo las mantas. La encontró y la guardó, para siempre, en su memoria, donde nadie podría arrebatársela.
Se acurrucó junto a Jack y volvió a cerrar los ojos, no era capaz de decir nada. Qué difícil es dejar salir un poco de amor cuando todo se colapsa en la garganta al querer salir a la vez.
lunes, 29 de agosto de 2011
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que dulzura de amor, me ha encantado
ResponderEliminar(muchos besos)