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sábado, 23 de marzo de 2013

#410


El capítulo es largo, porque voy una semana fuera y no podré actualizar. Ya tengo la siguiente parte casi terminada, tan sólo me faltan unos pequeños matices. Espero que os guste.

Heaven le miraba aterrorizada; la cara desencajada y sin color.

Hell se acercó a cerrar la puerta. Heaven no quería que lo hiciera. Y se acercó hacia ella. Heaven no quería tenerlo cerca.

- ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara... - dijo él rompiendo el hielo que se había formado en el aire.
- Sí. Es que hace un poco de calor...

Heaven no le dijo que había decidido no amarlo de nuevo. Se había puesto tan nerviosa que había dejado de respirar. De pronto, no pudo más. Subió las escaleras corriendo, entró en la habitación a toda prisa y se apresuró a entrar al baño a vomitar. Después usó la pasta de dientes para quitarse el mal sabor de boca.

- Abriré la ventana.- dijo él cuando salió del baño.

Hell apagó las luces y abrió las ventanas de par en par. No quería que ella viera la vergüenza que sentía de él mismo por haberla dejado marchar.

-Siéntate aquí que te dé el aire.- sugirió, acercándole un sillón a la ventana. Ella obedeció. Una brisa fresca le secó el rostro sudoroso y empezó a sentirse mejor.

Hell se asomó a la ventana. Sacó una pitillera de su bolsillo y encendió un cigarrillo. Su silueta negra se recortaba sobre el fondo azulado del exterior y el pitillo era un punto naranja y humeante. Si Heaven hubiera tenido un pincel a mano, habría pintado sobre el lienzo de la ventana. Primero pinceladas salvajes que emborronaran los colores hasta hacerlos más oscuros, tan oscuros como su alma... Aunque quizá, finalmente, hubiera acariciado los contornos y difuminado las siluetas con un roce suave de pincel. Heaven quería gritar, o llorar, pero también flotar en un cielo estrellado en el que sus penas desapareciesen.

En la calle sonaron disparos, mas ninguno de los dos se sobresaltó. En la noche era habitual oír disparos, seguido del chillido de las sirenas. New York agonizaba a su manera.

Heaven se levantó y se asomó a la ventana junto a Hell. Era una noche oscura sin luna. Una sola farola al pie de la entrada de la casa iluminada con su bombilla azul toda la calle, por la que pasó un coche con los faros apagados y con el motor a pocas revoluciones, como si no quisiera despertar a los vecinos y anduviera de puntillas. Por lo demás, nada parecía tener vida en aquel barrio de New York, tan sólo ellos dos en el umbral de una ventana abierta.

Cuando Heaven se acercó a él, dejó de notar el olor que invadía la casa; junto a Hell, olía a colonia y tabaco.

Hell dio una última calada al cigarillo y arrojó la colilla al fondo de un pequeño tiesto vacío que había en la ventana.

-Debemos irnos Heaven. No queda mucho tiempo para que ni siquiera yo esté a salvo.
-Lo sé...

Hell bajó la vista para observarla y ella le devolvió la mirada. Un halo de luz azul rodeaba el rostro de Heaven y su piel parecía de terciopelo.

-Lo único bueno de vivir aquí es que se pueden ver las estrellas...

Hell no pudo estar más de acuerdo: estaba frente a miles de estrellas azules. Puede que incluso pudiera llegar a tocarlas... Alargó el brazo y acarició con el dorso de la mano el mentón de Heaven. Y ella se dejó, buscando las caricias como un gato mimoso mientras Hell dibujaba el óvalo de su cara.

Entonces cerró los ojos y él le acarició los párpados. Heaven entreabrió la boca y Hell le rozó los labios con los dedos. Heaven gimió... Hell se inclinó sobre ella y la besó en el cuello como tanto tiempo llevaba deseando hacer... Heaven gimió... Hell volvió a besarla... en el borde de la mandíbula..., en la barbilla..., en la comisura de los labios..., en los labios entreabiertos... Heaven gimió... y por los labios entreabiertos de ella asomó la punta de su lengua. Su lengua rozó la boca de Hell... el nódulo de sus labios, el borde de sus dientes... Hell gimió... Rodeó a Heaven con los brazos y volvió a besarla.

Si Heaven hubiera bebido, no se habría sentido más embriagada. El beso de Hell era suave y su aliento cálido le acarició los labios como el vapor de una taza de té antes de beber. Entre sus brazos se supo a salvo, porque aunque las piernas le flaqueaban, él la sujetaba y no la dejaba caer. Abrió la boca y dejó que entrase aquel beso de Hell. No era capaz de no amarlo.

Hell empezó a respirar con dificultad, no sabía si a causa del deseo o de la ansiedad, o quizá fuera su conciencia. Algo de todo eso iba a explotarle en el pecho. Se apartó de Heaven para tomar aire.

-No...- murmuró ella.- No me sueltes...

Heaven le abrazó con fuerza, como si tuviera frío, como si tuviera miedo. Aquello era más de lo que Hell podía soportar. Sentir el calor de su cuerpo, los pechos, las caderas, las manos en su espalda... Hell iba a reventar.

-Déjame desnudarte, Heaven...- le pidió con voz ronca.

Ella le acarició con sus preciosos ojos verdes entornados; había algo de animal en aquella mirada. Se descalzó y acompañó la única mano de Hell hasta su tirante derecho... Él lo deslizó por su hombro..., y después el izquierdo... Ella sacó los brazos y dejó que el vestido se deslizara a través de su cuerpo hasta el suelo. Sus pechos quedaron al descubierto. Los besó primero, los acarició con la punta de la lengua después y los mordisqueó finalmente, al encontrar los pezones. Heaven gimió de nuevo y su piel se erizó al contacto con el aire frío de la noche que entraba por la ventana. Él volvió a abrazarla, a abarcarla entera con sus brazos, al menos de lo que le quedaba de ellos, a frotarle la piel, a apretarse contra ella. Y regresó a su boca: a sus labios, a sus dientes, a su lengua, a cada rincón de ella mientras le metía la mano por dentro de las bragas.

Heaven dejó de besarle, no podía gemir y besarle al mismo tiempo. No podía soportar la presión en el pecho y el cosquilleo en el pubis, la sensación de vértigo en el estómago y la falta de riego sanguíneo en la cabeza. Se separó de Hell, anduvo hasta la cama y se tumbó en el colchón.

Hell se quitó la chaqueta, y se desabrochó la camisa. Permaneció unos instantes contemplando el cuerpo desnudo de Heaven sobre las sábanas: parecía un bosquejo sobre un lienzo, poseía la belleza conmovedora de una obra de arte. Se tumbó junto a ella y la protegió entre sus brazos. 

Una noche de reencuentro. Toda una noche amor acumulado.


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