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domingo, 17 de marzo de 2013

#409

Cuando se despertó aún no había llegado la policía. Pensó que tal vez sería mejor aprovechar el tiempo y darse una ducha para adecentarse. Después buscaría algo de ropa por los armarios, tal vez habría algo que le valía.

Se levantó despacio, con el pelo alborotado y el cuerpo un tanto agarrotado por la postura en la que se había dormido. Giró a la derecha en la puerta del salón hacia las escaleras que conducían al segundo piso. Uno, dos, tres, cuatro... en total había veintiún escaleras. Veintiún escaleras que se le hicieron demasiado largas.

Cuando llegó arriba, se encontró con un largo pasillo con cuatro puertas, todas ellas cerradas. Se aventuró a abrir la más cercana a ella. La puerta chirrió mientras se abría. Dentro pudo ver un cuarto de bebé. Era un precioso cuarto blanco y turquesa. Bajo la ventana había una cuna como las de los cuentos de hadas, llena de gasa blanca. También había un cambiador de pañales y un armario preciosamente tallado en una de las esquinas. Y peluches, muchos peluches.Ver aquello la llevó instintivamente a recordar a su hermana, a su familia. Una lágrima rodó por su mejilla, la cual apenas pudo verse, pues ella la quitó con el reverso de su mano tan rápidamente como había aparecido. 

Abrió la segunda puerta. Esta vez se trataba de una habitación de matrimonio. Era amplia y de color beige. No estaba muy amueblada. Apenas tenía la gran cama del centro con sus dos mesillas de noche y un armario enorme que ocupada gran parte de la habitación. Lo que sí había, era otra puerta. Al abrirla descubrió el baño más grande y precioso que jamás había visto. Era blanco con suelos de mármol y estaba adornado con motivos marinos. Conchas, estrellas de mar, ramas que servían de soporte para alguna que otra joya... Tenía una colosal ducha de cristal con una de esas alcachofas que hacen que el agua que cae parezca lluvia. No pudo evitar sonreír.

Se metió en la ducha y puso en marcha el agua. Ésta comenzó a salir y a bajar por su cuerpo desnudo. La envolvía suavemente, haciendo que todas sus preocupaciones se fueran con la suciedad de su cuerpo. Se enjabonó el cuerpo y el pelo con uno de los botes que había visto en una cesta. Olía a frutos del bosque. Todos sus sentidos se concentraron en aquel olor. Hacía tiempo que su cuerpo necesitaba algo así.

Cuando acabó de ducharse, salió a buscar algo de ropa que le quedase bien. Gracias a dios, en ese gran armario había ropa de mujer. Y muy exquisita, todo había que decirlo. Escogió un vaporoso vestido blanco con espalda descubierta de Chanel y unos Manolo Blahnik que le casaban perfectamente. Mientras se abrochaba la tira de su zapato derecho, pensó que tal vez no era buena idea esperar a la policía. ¿Cómo explicaría quién era?, ¿quién la había secuestrado?, y lo más importante, ¿por qué? No, no podía quedarse allí. Pero, ¿cómo podría salir de aquél lugar? De pronto se acordó de algo. Era una estúpida. No estaba acostumbrada a ser un ángel y había olvidado que contaba con unas alas para poder volar. Podía sonar a cliché, pero no era como todo el mundo se imaginaba. Los ángeles no iban siempre con sus alas puestas, y tampoco tenían aureolas en la cabeza. Al igual que los diablos tampoco tenían colas puntiagudas y cuernos.

Era la primera vez que abría sus alas y no sabía usarlas, pero eso no le impediría volver a casa. 

Durante el camino se paró a pensar sobre Hell. Lo amaba, aún lo hacía, pero no podía seguir haciéndolo. Tan solo le servía para sufrir, para consumirse poco a poco por dentro. Lo cual la llevó a decidir que no iba a amarlo, y tampoco a dejar que él la amase a ella si es que alguna vez volvía a verlo. Ya no era la chica inocente que él había conocido. Heaven había convertido en alguien manipulador, mentiroso, un demonio vestido de ángel. 

Consiguió llegar y no pudo evitar pararse unos minutos a contemplar su casa. Parecía estar abandonada. Aquella casa que había pertenecido a su familia y que había compartido con Hell. Había tantos recuerdos, buenos y malos. Besos, caricias, peleas, gritos, deseo, pasión, decepciones, dolor... Miles de sentimientos enredados en un bucle que jamás desaparecería. 

Al fin se decidió a cruzar la puerta. Se desharía de todas las fotos, de su ropa, de su olor... Al menos si aún seguían allí. Sacó la llave de la puerta del gran macetero que quedaba en la esquina izquierda del porche. La guardaba por si algún día se le olvidaba. Metió la llave en la cerradura, la giró y en cuanto escuchó un click, dio un pequeño empujón. Nada más abrir la puerta se encontró de lleno con los ojos de Hell clavados en ella. Le faltaba parte de un brazo, pero era él.

- Hola, Heaven.


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