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lunes, 7 de enero de 2013

#402


Himmel se incorporó y encendió la pequeña lámpara que había en su mesilla de noche. Cubrió su torso desnudo con la sábana mientras intentaba recuperar el aliento. Sentía arder sus mejillas...

La miró desconfiado. No quería que él pensara que se había entregado para conseguir su libertad, que ese era el precio que estaba ella dispuesta a pagar por ello. Necesitaba que creyera que sentía algo por él, que se estaba enamorando.

Por eso susurró estas palabras con firmeza, intentando que sonaran convincentes y sinceras:
- Salgamos al jardín. Allí podremos querernos libremente.
- Heaven...
- Yo quiero estar contigo Himmel...
- Esto es una locura. Tú no eres libre...
- Lo soy lo suficiente para amar a quien yo quiera. -su voz se quebró.

Tuvo que recordarse que aquello era tan sólo una interpretación y que en realidad no amaba a aquel muchacho que la miraba con ojos esperanzadores. Si sentía algo por él... era sólo por culpa del abandono de Hell.

- ¿Cómo sabes que hay un jardín?
- Oí el sonido de los aspersores cuando me dejaste subir al baño. Por favor, créeme. No voy a escaparme, no haré ruido. Sólo quiero salir de aquí, respirar aire limpio y estar contigo. Después volveré aquí sin rechistar.

Himmel se frotó la frente confundido y calló un instante.

- Dejemos que el azar decida.
- ¿Qué?
- Jugaremos al ajedrez. Si tú ganas, saldremos y... pasará lo que tú quieras.
- ¿Y si pierdo?
- Volverás a comenzar. No volverá a pasar nada... entre nosotros.
- Dejémonos de charlas y empecemos a jugar.

Estaba tan decidida a vencerle que no reparó en lo evidente hasta que la partida había terminado. Himmel le había dejado ganar. Lo supo porque, a pesar de la derrota, había una enorme sonrisa en su rostro.

- Tú ganas.
- Sí. Y no hace falta recordar lo que eso significa.
- Aún así, repítelo.

Sus mejillas se encendieron al decir aquellas palabras:

- Quiero salir de aquí y... hacer el amor contigo.
- ¿Segura?
Asintió decidida.
- Está bien. Pero debo tomar precauciones.

Sacó un pañuelo negro de su bolsillo y se acercó a ella por detrás. Sintió su aliento en la nuca y permaneció inmóvil mientras le vendaba los ojos. Sus manos se posaron en sus hombros y después bajaron, deslizándose por sus brazos, hasta sus manos.

Contuvo la respiración al sentir el roce de sus labios en su cuello. Después unió sus muñecas a su espalda y las ató con algún otro pañuelo. Tembló.

- No tengas miedo.-le susurró al oído.- Te quitaré el pañuelo cuando estemos en el jardín.

Se dejó guiar al exterior. Nada más salir, sintió la brisa en su cara. Era una cálida noche para ser invierno. Se llenó los pulmones de aire. A pesar de no ver nada y estar atadas, se sintió confiada. Estaba a su mercer y, sin embargo, tenía la sensación de controlar la situación.

Himmel la sujetaba con firmeza mientras le indicaba cuántos pasos debía dar y cómo evitar los obstáculos. Caminaban despacio, pero a pesar de ello, tropezó varias veces. Notaba el blando suelo bajo sus pies, como si estuvieran atravesando un barrizal, y un inconfundible olor a campo.

Le extrañó que caminaran tanto. Supuso que tan sólo quería desorientarla y aprovechar la noche para que no viera muy lejos y no supiera dónde estaba.

Himmel se detuvo. Escuchó el sonido de una oxidada cerca abriéndose. Después el aroma a flores y hierba mojada, y el mismo sonido de la verja al cerrarse. Caminaron unos pasos más y le quitó la venda. Observó boquiabierta el lugar donde se encontraban. Era un frondoso y extenso jardín, tanto que no podía ver dónde acababa. Las altas paredes que lo rodeaban estaban cubiertas por hiedra. Había plantas silvestres por todos lados y enmarañados rosales abrazaban los árboles y enredaderas de los muros. La vegetación crecía libre desplegando así todo su esplendor. Unas campanillas azules, que se mecían a causa de la brisa, le hicieron cosquillas en las piernas.

La luna llena le ayudó a descubrir cosas maravillosas: flores de colores, árboles frutales... Por todas partes. Era evidente que nadie había tallado ni un solo centímetro de aquel vergel en años, pero ese era precisamente el motivo por el cual tenía tanto encanto. Era un jardín abandonado, secreto.

Tuvieron que apartar la maleza para llegar a una glorieta de piedra. Rosas, jazmines y orquídeas trepaban por sus ruinosas columnas. Aspiró su delicioso aroma.

Había una manta extendida en el cenador. Sobre ella, varios candelabros y un finísimo juego de té. Himmel encendió las velas y le hizo una señal para que se sentara a su lado.

- Este lugar es increíble.
- Lo sé.

Se acercó con intención de besarlo, pero sus frentes se chocaron torpemente. Sonrieron con timidez. Ella se disculpó, al igual que él.

Sonrieron y bajaron la mirada. Él cogió su mano y notó cómo se estremecía. Estaba nervioso. Ella también lo estaba. Le preocupaba lo que pudiera pasar entre ellos antes de que se le presentara una mínima oportunidad de escapar de allí.

¿Sería capaz de llegar hasta el final? 

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