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lunes, 10 de diciembre de 2012

#400

- ¿Sabes qué? Que me estoy muriendo.
- ¿Qué?
- Que me muero, M. Me muero sin poder remediarlo. Aunque, sinceramente, he llegado a un punto en el que ha dejado de importarme.

A. tenía miedo y M. era un poco pasota. Por esa misma razón se llevaban bien. Él le hacía la sonrisa más grande con solo mirarla y ella, con su interna locura, lo volvía un poco loco también a él, secretamente, claro.

- Soy una desequilibrada emocional - dijo A. una vez con los ojos conteniendo las lágrimas.
- ¿Y qué tal te va lo de distraerte con otras cosas?
- De culo.

M. ya no creía en su amor y A. había dejado de creer en todo. Eso los hacía muy diferentes pero a la vez tan parecidos. Ellos, sin embargo, parecían no darse cuenta. Y A. moría pausadamente a causa de la incertidumbre sobre sus vidas. Porque, aunque se lo quisiera negar a sí misma, ya no sabía qué hacer, se sentía perdida. El abismo que los separaba se hacía más y más grande cada día. Se había convertido en una grieta que surcaba su corazón y la oprimía hasta el llanto. Aquello estaba acabando con ella. Pero ya daba igual.

- No entiendo nada - dijo A. con esos ojos verdes clavados en el cielo-. ¿Sabes qué significa eso? Que no te entiendo. Lo intento, de verdad, con todas mis fuerzas, pero no lo consigo. ¿Por qué? ¿Por qué no puedo simplemente apartarte? Me levanto cada mañana con un fantasma amenazando con congelarme el corazón. Cierro los ojos y pretendo no querer verte, aunque siempre acabas viniendo a mi mente y acabas con esa oscuridad que me rodea. Últimamente, cuando camino, solo consigo perderme y después no logro encontrarme. Sólo consigo encontrarte a ti. Eres como una sombra que me persigue en cada calle, en cada puta esquina. Y me dedico a huir, a escabullirme, corro tanto que siento que mi aorta estallará en cualquier momento. Aunque no importa lo que haga, siempre termino tropezando contigo. Y eso me frustra. Tanto que me dan ganas de desaparecer, del mundo, de ti. Y después, ¿qué? Después nada. Varios cafés, los cascos con la música a todo volumen y un recuerdo que me ahoga.

Ella seguía mirando la inmensidad de aquel cielo azul que se reflejaba en sus ojos. Y él... él miraba al suelo.

- Estoy cansada de temer algo que en el fondo sé que llegó hace tiempo.
- A., ¿no has pensado qué pasaría si te equivocas?

Ella giró su rostro, dejando que su cabellera color miel se mezclara con el viento. Le miró a los ojos, clavando sus pupilas sobre esa mirada que la hacía temblar.

- Espero equivocarme.

Porque A., además de tener miedo, también era un poco utopista.

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