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martes, 29 de mayo de 2012

#382

Derek se durmió enseguida en los brazos de Karina. Ella esperó varias horas, despierta, sin poder conciliar el sueño. El chico que amaba estaba a su lado, dormido y le quería. Sí, ella lo amaba. Y se resistía a renunciar a él porque su mejor amiga, y hermana de su ahora novio, no se lo permitía. Una voz en ella gritaba que no perdiera la dignidad al estar con el asesino de su mejor amiga, que lo olvidara. Y a Karina la dignidad  la abrasaba. Sentía que era una forma de atarse de pies y manos. Pensaba que dar un paso era mejor que inhibirse. El deseo, las ganas, el amor, eran fuerzas contrarias a la dignidad, y ella decidió apostar por sus sentimientos. Lo besó en la frente y se levantó para irse a casa.


Bajó las escaleras con cuidado, sin hacer ruido. Cruzó el porche, y mientras abría la puerta del jardín, no pudo evitar mirar a la ventana que daba a la habitación de Derek. Salió y se encaminó a su casa. Hacía frío, pues era muy tarde. La calle estaba únicamente alumbrada por unas cuantas farolas, lo que le daba un aire a película de terror. Karina no pudo evitar recordar la última frase de Lily: "Volveré". De pronto sintió que algo la rozaba. Y aquel roce, como el roce inesperado de un animal, como la cola de un felino que te roza sin querer, llevó a Karina  al umbral de una sensación de terror. Se dio la vuelta presa del pánico, pero no vio nada. 


Echó a correr. Con su cuerpo enjuto quebrándose a cada paso y sus pulmones ardiendo por la falta del aire. Con los ojos entrecerrados por el dolor que le consumía el corazón y le arrebataba el alma. Su enredado cabello rubio empujado por el viento de la noche gritaba: Corre Karina, corre por tu vida. Y eso es lo que hacía. No dejaba de correr, y lo que antes le había parecido un roce se había convertido en una sensación de miles de ásperas manos que la intentaban cazar. Se aferraban a su ser, querían arrebatarle la existencia. No encontraba su casa, era como si de pronto la noche se la hubiera tragado, y en lugar del asfalto de la calzada, bajo sus pies había ahora un campo abierto repleto de flores que se pudrían a su paso. Karina tan solo sentía ya acidez en su garganta y manos sobre su cuerpo. Y cuando ya no pudo sostenerse sobre sus piernas, cayó sobre aquel verde prado ennegrecido por la oscuridad de la noche. Veía sobre ella el cielo estrellado, y aquellos astros gritaban por su vida. Pero cuando las oscuras manos que la habían perseguido la alcanzaron, empezaron a absorber su ser. Apareció frente a ella la lóbrega mirada de su amiga, contemplando cómo, pronto, se volvería a unir con ella.

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