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martes, 11 de junio de 2013

#419

                                     
Era un modelo de cuerda antiguo, no uno de esos cabos sintéticos y lisos que se veían en los barcos, si no cáñamo muy grueso capaz de sostener una jaula como aquella.

Las ratas eran una decena. Estaban las que Rädsla conocía, las que llevaban allí desde el principio, y las nuevas, que no sabía de dónde venían ni cómo las habían avisado. Habían adoptado una estrategia de grupo. La habían rodeado.

Tres o cuatro ratas tomaban posiciones sobre la caja, a la altura de sus pies; dos o tres más campaban por el extremo opuesto. Según ella, cuando lo juzgasen oportuno, le saltarían encima todas a la vez, pero de momento algo se lo impedía: la energía de Rädsla. No dejaba de lanzarles juramentos, de provocarlas, de gritar, y las ratas sentían que dentro de aquella caja había vida, resistencia, que tendrían que pelear. Ya había dos ratas muertas en el suelo y eso les daba qué pensar.

Olisqueaban la sangre permanentemente, erguidas, con el hocico alzado hacia la cuerda. Excitadas, febriles, se habían acercado a turnos para roerla. Rädsla no sabía cómo se organizaban para decidir cuál de ellas iría a comer.

Qué más le daba. Se había abierto una nueva herida, esta vez en la parte inferior de la pantorrilla, cerca del tobillo. Había encontrado una vena limpia, abundante. Lo más difícil era mantenerlas alejadas mientras impregnaba la cuerda.

La cuerda que, por otra parte, se había reducido a la mitad. Era una carrera contrarreloj entre la cuerda y Rädsla. Sólo faltaba ver cuál de las dos cedería primero.

Rädsla no dejaba de balancearse y la jaula oscilaba de un lado a otro. Eso les complicaría la tarea a las ratas en caso de que se decidieran a ir a por ella , y esperaba que ayudase a hacer que la cuerda cediese.

Si su estrategia funcionaba, además, era necesario que la jaula cayese en ángulo y no plana para que se rompieran algunas tablas. Así que se dio el máximo impulso posible, alejó a las ratas e impregnó la cuerda. Cuando una de ellas se acercó a roerla, mantuvo a las demás a distancia. Tras la tormenta, que había durado más de un día, ya no sentía algunas partes de su cuerpo, que parecían anestesiadas.

La rata gorda y gris se impacientaba.

Desde hacía una hora, cedía su turno y dejaba que las otras fueran a la cuerda a atiborrarse.

Eso ya no le interesaba.

Miraba fijamente a Rädsla y lanzaba chillidos estridentes.

Y, por primera vez, introdujo su cabeza entre las tablas y silbó. Como una serpiente, arrugando el hocico.

Lo que funcionaba con las otras no funcionaba con ella. Por más que gritara y jurara, ésta no se movía. La rata permanecía con las garras clavadas en la madera para no resbalar debido al vaivén de la jaula. Se agarraba y la miraba fijamente.

Rädsla también la miraba.

"Ven", susurraba Rädsla con una sonrisa. Encorvando dolorosamente los riñones, le dio a la jaula todo el impulso del que era capaz y sonrió a la rata gorda que montaba guardia sobre su cabeza. "Ven aquí, ricura, ven a ver, mamá tiene una cosita para ti..."

Estaba aturdida por el cansancio. Ni siquiera había tenido tiempo de darse cuenta de lo sucedido.

Haciendo acopio de las últimas fuerzas que le quedaban, había provocado tal oscilación en la jaula, de tal amplitud, que las ratas, asustadas, petrificadas, se aferraban a las tablas con sus garras. Ella no paraba de gritar. Suspendida de la cuerda, la caja iba de un lado a otro entre las corrientes de aire helado que se arremolinaban en la sala, como la cesta de una atracción de feria en los instantes previos a sufrir un trágico accidente.

La suerte de Rädsla, lo que le salvaría la vida, era que la cuerda cediese en un momento en el que una esquina de la jaula apuntara hacia abajo. Con la vista fija en la cuerda que se deshilachaba, Rädsla contemplaba cómo los últimos hilos se rompían uno a uno, el cáñamo parecía retorcerse de dolor y, de repente, la caja se soltó y planeó hasta el suelo. Con el peso, la trayectoria era fulgurante, una fracción de segundo, apenas el tiempo suficiente que permitiría a Rädsla tensar sus músculos para resistir el impacto del aterrizaje. El choque fue violento, el ángulo reforzado pareció clavarse en el suelo de hormigón y la caja se tambaleó unos instantes antes de caer pesadamente, con un ensordecedor suspiro de alivio. Rädsla se había golpeado contra la tapa, y en el primer segundo las ratas ya se habían dispersado. Dos tablas se habían roto pero ninguna había cedido por completo. 

Noqueada por el impacto, Rädsla trató de recobrar el sentido; poco a poco la información primordial se abrió paso hasta su cerebro: había funcionado. La caja se había desprendido de la cuerda y se había roto. Una tabla, en uno de los lados, se había partido en dos. Tal vez pudiera salir por ahí. Sufría de hipotermia, y tendría que hallar la energía suficiente para intentar romper del todo la tabla. A fuerza de empujar con las piernas y de tirar con los brazos, gritando, por fin la caja se rindió. Por encima de su cabeza, la tabla cedió. Era como si el cielo se abriera, como las aguas del mar Rojo en la Biblia.

Esa victoria la hizo enloquecer. Estaba tan desbordada por la emoción, el alivio, el éxito de esa estrategia que, en lugar de ponerse en pie y marcharse, permaneció en la jaula, hundida, sollozando. Era incapaz de evitarlo.

El cerebro le envió entonces una nueva señal: "Márchate. Deprisa". Las ratas no iban a aparecer de inmediato pero ¿y su tío? Hacía tiempo que no la visitaba, ¿y si aparecía justo ahora?

Salir, vestirse, marcharse de allí, huir, huir.

1 comentario:

  1. jñAOUZJSMQIUWN! Es que me encanta como escribes, me deja sin palabras... Defines de una manera realmente bonita^^
    Un beso

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¡Hola! Acabas de decidir garabatear algo para mi, espero de todo corazón que te haya gustado mi blog.
¡Un besito! ¡Y gracias por pasar!
(¡Ah! Y no olvides que puedes quedarte en el desván ^.^ )