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lunes, 13 de mayo de 2013

#415

Era el hermano de su padre.

Esos dos hombres no se parecían, eran tan distintos que se diría que ni siquiera se conocían. Tendría que haber caído en la cuenta. Era él, no había duda, y era una muy mala noticia para Rädsla porque estaba convencida de que decía la verdad: la había enjaulado para dejarla morir.

Quería verla muerta.

Hasta ese momento, se había negado a creerlo. Esa certeza se imprimía en su mente como en los primeros momentos, intacta, y bloqueaba todas las puertas y fundía sus últimos y minúsculos vestigios de esperanza.

- Ah, ya está...

Presa del miedo, ni siquiera lo había oído llegar. Retorció el cuello para verlo, pero antes de conseguirlo la caja osciló ligeramente y empezó a girar. Entonces el hombre entró en su campo de visión. Estaba junto a la pared, haciendo bajar la jaula. Cuando la tuvo a la altura apropiada, ató la cuerda y se acercó. Rädsla frunció el ceño porque no estaba como de costumbre. No la miraba, parecía que lo hiciera a través de su cuerpo y caminaba muy lentamente, como si temiera pisar una mina. Ahora que lo veía más de cerca, reparó en la expresión obstinada que le procuraba cierta semejanza con su hermano.

Se detuvo a dos metros de la jaula y sacó el teléfono móvil. Rädsla empezó a oír entonces una serie de correteos sobre su cabeza y trató inútilmente de volverse. Lo había probado mil veces y era imposible.

Se sentía absolutamente desvalida.

El hombre sostenía el teléfono con el brazo extendido y sonrió, una mueca que no presagiaba nada bueno. Oyó de nuevo los correteos sobre su cabeza y luego el chasquido del obturador de la cámara. Él asintió a no se sabe qué, volvió al rincón de la sala e hizo subir la jaula.

En ese momento, Rädsla miró hacia la cesta llena de croquetas, justo a su lado. Se balanceaba de una manera extraña, a sacudidas, casi parecía que estuviera viva. De súbito, Rädsla lo comprendió. No se trataba de croquetas para gatos o perros, como había creído.

Lo comprendió al ver la cabeza de la enorme rata que asomaba de la cesta. En su campo de visión, sobre la tapa de la jaula, otras dos siluetas oscuras pasaron rápidamente, acompañadas por aquel sonido de correteo. Las dos siluetas se detuvieron y metieron la cabeza entre las tablas, por encima de Rädsla. Dos ratas, más grandes que la anterior, de ojos negros y brillantes.

Era incapaz de contenerse y chilló hasta quedarse sin voz.

Ésa era la razón de que le dejara las croquetas. No eran para alimentarla. Eran para atraerlas.

No sería su tío quien la matara.

Serían las ratas.

1 comentario:

  1. La verdad es que es una buena historia... Me ha dejado impresionada toda la imaginación que ha salido de esa imagen. Bss

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¡Hola! Acabas de decidir garabatear algo para mi, espero de todo corazón que te haya gustado mi blog.
¡Un besito! ¡Y gracias por pasar!
(¡Ah! Y no olvides que puedes quedarte en el desván ^.^ )