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lunes, 29 de abril de 2013

#414

¿Cuánto tiempo se tardará en morir? ¿Y cuánto tiempo pasará hasta que hallen su cadáver? ¿Lo hará desaparecer, lo enterrará? ¿Dónde? Tenía pesadillas en las que veía su cuerpo inerte en una bolsa, desmadejado, de noche, en un bosque, había unas manos que lo arrojaban a una zanja, un ruido siniestro y desesperante. Se veía muerta. Ya estaba casi muerta.

Hacía una eternidad, cuando aún podía saber qué día era, Rädsla pensaba en su madre. Pero de nada le servía ya pensar en ella. Estaba muerta, ya siempre estaría muerta. Recordó su última discusión. Ella sacó un tubo con comprimidos para dormir y su madre se lo arrancó de la mano y preguntó:

- ¿Qué es esa tontería?
- ¿Me oyes? ¿Qué es esa tontería?

Tenía los ojos desorbitados. Era colérica, fiera, se irritaba con facilidad. Rädsla siempre lo atribuyó a la muerte de su padre. Aquel día, ella extendió el brazo para calmarla y le mesó lentamente los cabellos, con tan mala fortuna que su anillo se enganchó en un mechón y retiró la mano demasiado deprisa. Entonces ella dio un grito y la abofeteó sin pensárselo dos veces. 

Desde entonces, no solían hablar con frecuencia, podían estar un mes sin telefonearse. Y nunca era su madre quien llamaba. Aunque tras dos años así, su relación mejoró notablemente a causa de un infarto que le dio un día mientras cocinaba. Por eso su pérdida la había destruido.

En cuanto a su padre... Era en esos momentos cuando le gustaría tener un padre. Imaginar que iba a venir en su ayuda, que la iba a rescatar, creerlo, esperarlo. Un padre debía ser aquel que te arrullara y te desesperara al mismo tiempo. Rädsla ignoraba qué era tener un padre y no solía pensar en ello. 

Esos pensamientos le rondaban la cabeza al inicio de su encarcelamiento. En esos momentos ya no sería capaz de articular dos o tres ideas cabales seguidas, pues su mente se había trastornado y se limitaba a registrar el sufrimiento que el cuerpo le infligía. 

No tenía a nadie.

Tal vez Bosco se preocuparía por ella meses después de que hubiera muerto en esa jaula, agotada y loca. Aunque la verdad es que lo dudaba, pues apenas se conocían.

Si su mente siguiera funcionando, Rädsla ya ni siquiera sabría qué preguntarse: ¿cuántos días de vida le quedaban? ¿Cuánto sufriría al morir? ¿Cómo se pudre un cadáver tras la muerte?

Por el momento, su captor aguardaba su muerte, eso era lo que había dicho: "Verte reventar". Y eso era lo que estaba sucediendo.

Y ese "por qué" lacerante había explotado de repente como una pompa de jabón y había hecho que sus ojos se abrieran. Daba vueltas a aquella idea sin saberlo, sin querer, y la idea había germinado en lo más hondo, como una mala hierba. A pesar del desorden que reinaba en su mente, el disparador se había activado. No sabía cómo. Como una descarga eléctrica.

No importaba, ahora lo sabía. Era su tío.

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