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lunes, 18 de febrero de 2013

#407


- Caerás, Seis, y no podrás hacer nada para remediarlo.

Hell estaba harto. Harto de que le interrogaran, harto del dolor, harto de no poder estar con Heaven. Los otros seguían mirándole los labios como si en cualquier momento estos fueran a dejar escapar las palabras que tanto buscaban. Había cinco, tres hombres y dos mujeres. Todos con conjuntos negros y botas militares a juego. La ropa de la mujer más alta estaba hecha jirones, totalmente destrozada y bañada en polvo de revolcarlo por el suelo. Sus mejillas estaban manchadas de la sangre que había salido disparada de su nariz hacía unos instantes, o, tal vez, del machete que reposaba ahora en sus caderas y que antes había utilizado para hacerle un profundo corte en el brazo izquierdo. Estaba cansada, desecha, consumida bajo el duro agotamiento físico que conllevaban las palizas del Infierno. Lo miraba expectante, a la espera de unas palabras que no iba a decir.

- El maldito es maldito y no un condenado. - dijo Hell.- Y yo soy un maldito de nacimiento, ¿sabéis?

El silencio bailaba en la sala de torturas. Los otros lo miraron a los ojos y, la misma chica que antes lo había zurrado hasta dejarlo sin aliento, suspiró:

- Tú no eres un maldito, ni siquiera eres un condenado. Estamos tratando de salvarte de las garras de Dios.

Resopló desesperado al oír aquellas palabras.

- El diablo y el Infierno no son más que una maldición. Una pústula llena de pus- dijo mientras intentaba contener la ira que lo carcomía.- Si caigo, caeré en la tumba. Pero me llevaré el amor de alguien maravilloso conmigo. Si muero, comenzará una revolución que sumirá al Infierno en la desgracia.  Porque, si caigo, te aseguro que me encargaré de caer esparcido en los mil y un pedazos que una vez fui y dejé de ser gracias a Heaven. Jugáis una guerra perdida, pues no conseguiréis jamás lo que buscáis y tan solo hacéis que me encierre más en mí mismo recordándome lo que ahora es anhelo de un repudio derramándose sobre las brasas de este destierro. Porque sé que, si caigo, caeré, pero sé que haré surgir el fin de un mundo que Satán siempre ha creído suyo.

Un rayo de luz feroz y traicionero irrumpió de pronto en la habitación y se posó sobre el brazo desnudo de Hell. Se estremeció al sentir el dolor a su contacto. La piel hervía bajo aquel fulgor e invadía cada uno de los rincones de su cuerpo. Y ardía, ardía al igual que las llamas que lo consumían desde que la había perdido. Pero eso no lo detuvo. Hell se levantó, y ,despacio, bajo la atenta mirada de los otros, se dirigió a la puerta de salida.

No volvió la vista atrás, pues sabía que lo dejarían salir tranquilamente creyendo que su vida acabaría muy pronto. Nada más cerrar la puerta, hizo algo que ellos jamás esperarían. Durante la paliza, había conseguido hacerse con uno de los varios machetes que la mujer llevaba en el cinturón. Lo agarró decidido y, sin pensárselo dos veces, se cortó el brazo izquierdo de codo para abajo. Se hizo jirones la mugrienta camiseta para cortar la hemorragia y corrió hacia el pasillo de su derecha. Sabía que tan solo disponía de unos minutos para salir del edificio, pero nada ni nadie podría pararlo ya.

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