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lunes, 4 de febrero de 2013

#405

Hacía frío. Algo inusual teniendo en cuenta que se encontraba en el infierno.

No era un frío definible, si no más bien genérico. Se colaba por todos los poros de su piel; lo resquebrajaba  de la misma manera en la que lo haría una apisonadora. La sangre fluía oscura por él, impregnándolo con su característico color, hasta que por fin se secaba cual hoja en otoño. El frío erizaba su vello, como si por todo su cuerpo corriese una corriente eléctrica que lo torturaba poco a poco. No era la primera vez que sentía aquel frío. No era la primera vez, tampoco, que decía que sentía aquel frío. Todas las noches, desde que ella se marchó, cuando se tumbaba en su cama, herido, le asaltaba como pesadilla recurrente. Se preguntó si alguien más sería capaz de sentirlo. Probablemente no.


Mantenía los ojos bien abiertos; durante aquel tiempo, había aprendido a mirar de verdad a su alrededor, a descubrir las respuestas de las incógnitas no resueltas. Al principio le escocían los ojos, pero hacía tiempo que se había acostumbrado y ya nunca los cerraba. Ni siquiera cuando dormía. De hacerlo, era tan sólo para ver esa hermosa oscuridad que ahora lo engullía día y noche. Sentía la necesidad de mantener abiertos los ojos para que ningún detalle se le escapase. No podía evitar mirar cómo Hölle recorría aquella habitación de arriba a abajo intentando que él hablase. Era como una hora eterna. El sitio era grande, por lo que había mucho que mirar.  Fuera estaban los otros, allí sólo estaban Hölle y él. 


Los otros lo metieron ahí para preguntarle, para torturarle. Torturarle por no dar caza a Heaven. Ya ni siquiera lo llamaban por su nombre. Había pasado a ser tan sólo un número. Seis. Era curioso tener que mirar a cualquiera de ellos cuando lo llamaban así. Él era Seis, no Hell, Seis. Y sólo respondería a Seis, nunca a Hell. ¿Cómo podía reducirse alguien como él a un solo dígito? Su vida estaba compuesta por varios seises: un seis de diciembre conoció a Heaven, un seis de octubre la perdió y bastaron tan sólo seis segundos para que su corazón se resquebrajase en mil pedazos. Seis. Un número que marcaba su paso, y estaba seguro que le quedaban seis minutos, horas, días, meses o lo que fuera para morir.


Lloraba todas las noches. Aquella también. Estaba tumbado, vestido con un pijama negro sin ropa interior y le picaba la piel de la inmundicia acumulada. Jamás sabrás lo desagradable que es la suciedad hasta que te des cuenta de que además de estar sucio, así te sientes y eres. Posicionó sus manos sobre su vientre y las entrecruzó.


Había perdido la noción del tiempo. Ya no sabía cuánto tiempo llevaba allí ni cuánto permanecería. Sentía que todo se estrechaba y menguaba. Se convertía en algo insignificante y se sentía tan estrujado como la esponja que solía usar para ducharse. El silencio que apuñalaba aquel lugar cuando no lo acribillaban a preguntas, lo aterraba. Era inevitable no pensar en salir de aquel lugar. 


Olía a miedo, a violencia. Los otros no tardarían en ir a buscarlo para llevarlo a la sala de torturas. Él no gritaría. Allí lo atarían a una silla con clavos ardiendo y comenzaría el interrogatorio, lo mismo de todos los días. "Yo no sé nada", diría. "La dejaste marchar, mala jugada", le contestarían. Le taparían los ojos y todo se volvería amargo.


Lo siento, Heaven. De verdad que siento haberte hecho daño, susurraría en su mente.

1 comentario:

  1. Es triste y bello al mismo tiempo. Tiene algo que te desgarra el alma. Se ve que Hell sufre por Heaven. Ojalá tod termine bien.

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¡Hola! Acabas de decidir garabatear algo para mi, espero de todo corazón que te haya gustado mi blog.
¡Un besito! ¡Y gracias por pasar!
(¡Ah! Y no olvides que puedes quedarte en el desván ^.^ )