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jueves, 13 de septiembre de 2012

#392



Siento haber tardado tanto en actualizar. Tenía tantas cosas en la cabeza que no era capaz de inspirarme. Os dejo un largo e intenso capítulo de Heaven a cambio de vuestra larga espera. Prometo actualizar más, sobre todo con la historia de Hell y Heaven, ya que tengo varias páginas ya escritas. Espero que os guste.

"Heaven." Alguien había pronunciado su nombre. Llegó a sus oído cual rumor lejano y confuso, cual susurro de la noche. Se detuvo un instante a escuchar más atentamente, pero tan sólo se escuchaba el murmuro de la lluvia y su respiración acompasada a los latidos de su corazón. Aún no se había acostumbrado a que su corazón latiese de nuevo y desde que lo hacía, Heaven no paraba de buscar sitios silenciosos para escucharlo mejor. ¿Tal vez se habría imaginado aquella voz? Miró a su alrededor. Nada.

Tras varios segundos, un pequeño destello apareció al final del callejón. Con el oído atento a cualquier sonido, se adentró en la oscura calle siguiendo aquella señal luminosa. Tenía la esperanza de que fuera de Hell. Y entonces lo vio. Al fondo del callejón había una silueta negra proyectada en un muro, la silueta de Hell. No se veía el rostro, pero ya podía imaginar sus penetrantes ojos, su pícara sonrisa, sus brazos abiertos esperándola. Estaba segura de que venía para pedirle perdón. Estaba segura de que volverían a estar juntos.

Se abalanzó a su encuentro con los brazos abiertos y los ojos húmedos todavía de haber llorado. Sentía un extraño cosquilleo que se hacía más y más intenso a medida que se acercaba. Después sintió una opresión en el pecho, una sensación de angustia que la invadía para advertirle de que algo iba mal. Desconfiada, detuvo sus pasos a escasos centímetros de aquella luz y susurró:

- ¿Hell?

El clic de la linterna al apagarse fue la única respuesta.

De pronto aquella luz volvió a encenderse y le cegó los ojos. Le entró el pánico, quería huir a toda prisa, pero sus pies se habían quedado inmóviles en el suelo. Un fatal presentimiento la invadió de golpe y la liberó de aquella parálisis. Sin ver siquiera quién era el dueño de aquella linterna, consiguió darse la vuelta y echar a correr. Apenas se había alejado unos metros cuando una pesada sombra se le echó encima. El crujido de su cabeza contra el asfalto resonó en el silencio de la noche, mientras todos y cada uno de sus sentidos se disolvían como la niebla. Después, la oscuridad más absoluta.

Heaven quería abrir los ojos, pero no podía. Los párpados le pesaban como piedras y sentía un vértigo tan intenso que vomitó varias veces sobre sí misma. No conseguía moverse. En aquel momento pensó que tal vez se debía a alguna droga. Y seguramente así fue, pues lo cierto es que estaba atada de pies y manos.

El recuerdo de lo que había sucedido en aquel callejón hizo que todas sus alarmas internas se dispararan y la obligaran a reaccionar. Parpadeó varias veces hasta que finalmente consiguió abrir los ojos. Sentía como le latían las sienes y su cabeza estaba a punto de estallar. Estaba recostada en una vieja cama de hierro. Intentó zafarse de las ataduras, pero lo único que obtuvo fue el chirrido de los muelles del colchón y un agudo dolor en sus muñecas a causa del roce de las cuerdas.

Una bombilla colgada del techo era la única iluminación que había en aquella estancia. Gimoteó presa del pánico al observar aquel siniestro lugar de unos diez metros cuadrados. Un agudo goteo resonaba desde algún cercano lugar. Tardó unos instantes en descubrir que provenía de un grifo de hierro que goteaba sobre un cubo a punto de derramarse. A su lado, había un vaso de cristal.

No había ninguna ventana, pero sí una puerta de color rojizo al final de una escalera de tres peldaños. Las paredes era de piedra y estaban llenas de moho a causa de la humedad. El techo tenía cierta forma de cúpula y estaba lleno de cañerías. Dedujo que se encontraba en un sótano, aunque, a decir verdad, parecía más una mazmorra medieval. No recordaba nada a partir del golpe en la cabeza. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado a parar allí. Lo único que tenía claro era que nada bueno podía sucederle.

Le dolía todo el cuerpo a causa de la caída. Lo notaba magullado y sus rodillan le ardían de escozor. Tenía también la boca seca y los brazos entumecidos por la postura. A pesar de estar tapada con una manta, sus dientes castañeaban más que nunca, bien por el frío bien por el miedo. No había nada más en aquella estancia que sus ojos alcanzaran a ver, así que su mente empezó a crear hipótesis de lo que le podría ocurrir.

Ella era un ángel, un ser sobrenatural, quizás era aquel el motivo de su secuestro. Pero, ¿quién podría saber lo que era? Tal vez la habían estado espiando. Mientras intentaba soltarse un recuerdo emergió de su memoria: cuando la raptaron era de noche. De repente entendió que se hallaba en manos de los esbirros de Satanás. Ellos habrían seguido sus pasos hasta la plazoleta y, aunque nunca pensó poder estar en peligro, ahora entendía que había sido una idiota al no pensar en aquella posibilidad antes.

Estaba tan asustada que no pudo evitar orinarse encima. Esperaba el momento en que aquella puerta se abriese por fin y su captor le contara alguna de las hipótesis que ella ya había imaginado. Pero durante horas, el silencio fue su único compañero. Ni el más leve ruido a parte del constante goteo y sus propios sonidos. ¿Y si simplemente la abandonaban allí? Gritó con todas sus fuerzas. Quizás alguien la escuchara. Tenía que intentarlo.

- ¡Que alguien me ayude, por favor!

Su voz retumbó en la habitación. Los gruesos muros de piedra insonorizaban aquel lugar a la perfección, ¿cómo había podido ser tan iluso como para creer que alguien la escucharía? Presa del pánico su respiración se volvió más acelerada. Intentó una vez más liberar sus manos. Sus muñecas habían comenzado a sangrar, pero ella no sentía el más mínimo dolor. Los brazos se le habían dormido y tras unos largos segundos sus fuerzas fueron menguando hasta quedar extenuada. 

Tras aquel doloroso momento en el que no sabía si se había dormido o se había desmayado, la despertó el tintineo de unas llaves entrando en la cerradura y el chirrido de la puerta al abrirse.

Una negra figura cruzó el umbral con una bandeja con algo de comida. Se acercó a la cama y, antes de volver a desmayarse, tuvo tiempo de reconocer aquellos inconfundibles ojos grises.

El que fue el mejor amigo de Hell, el ángel Himmel la había capturado.

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