Todas las luces se apagaron de repente y Rädsla se arrimó instintivamente al edificio que tenía al lado. Escuchó un golpe seco y después una presencia, un hombre, y sin tiempo de hacer algo útil, recibió un puñetazo entre los omóplatos que le cortó la respiración. Perdió el equilibrio, cayó hacia delante y se golpeó violentamente la frente contra lo que parecía ser una farola. El agresor la cogió de los cabellos con una mano y con la otra la golpeó en el vientre, con un puñetazo que sería capaz de tumbar al más inmenso boxeador. Rädsla no tuvo tiempo siquiera de gritar de dolor, se dobló sobre sí misma y vomitó. Aquel individuo tenía una fuerza descomunal.
El hombre le pasó un brazo por la cintura, la agarró con fuerza y le hundió profundamente una bola de trapo hasta la garganta. Ella trató de resistirse, de dar patadas, pero era en vano. La empujó hacia abajo, sus rodillas cedieron y cayó sobre lo que parecía ser la parte trasera de una furgoneta.
"Quiere hacerme daño, quiere matarme", pensó Rädsla. Siente un dolor terrible por todo el cuerpo. Dolor. Más allá de esa palabra sólo logró pensar en que no quería morir, así no, no en ese momento. Estaba acurrucada con la boca llena de vómito, en posición fetal, con la cabella ardiendo de dolor, sintió que le ataban manos y pies a la espalda. "No quiero morir ahora", se dijo. La puerta de la furgoneta se cerró bruscamente, el motor aceleró y el vehículo se puso en marcha.
Rädsla estaba aturdida pero era consciente de lo que sucedía. Estaba claro que el tal Woodhouse estaba detrás de todo aquello.
martes, 3 de julio de 2012
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