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miércoles, 16 de noviembre de 2011

#331

Entraron en un pequeño bar que estaba en la parte de atrás de una gran mansión de piedras oscuras de alrededor del siglo XVII. Había muchas parejas que bailaban al son de un vals que sonaba, una canción que entre el entorno y los acordes te hacían viajar atrás en el tiempo y creer que estabas en otra época. Una joven camarera les atendió y sonrió con dulzura al chico de melena esplendorosa que la había invitado a tomar el té. Estaban sentados en lo que parecía la zona VIP del bar, aunque con aquellos muebles retros de satén rojo y adornos dorados todo parecía importante. Él pidió un té inglés y ella un té chai. Elena soñaba con la noche que seguiría a ese dulce encuentro. Los dos solos, bajo un manto de estrellas, mientras el Big Ben cotilleaba y ellos ardían en llamas de la pasión.


Bebieron el té en silencio, aunque no podían evitar mirarse. Elena estaba sintiendo sentimientos, ¿sería ese su príncipe azul? Él tenía una sonrisa perfecta y unos labios carnosos que la instaban a besarlo. 


El chico terminó su bebida y se levantó acercándose a Elena. Sus ojos verdes iluminaban toda la sala. A ella le perdía esa mirada de la que emanaba un halo de misterio seductor.


- ¿Me permites este baile....? Que descortesía, aún no te he preguntado tu nombre.
- Elena.
- Charles. ¿Me permites este baile Elena? - dijo invitándola a coger su mano. 


Elena aceptó y le tendió su mano. Se acercaron a la pista y justo empezó otra canción, un tango.


Charles puso su mano en la cintura de Elena, cosa que hizo que todo su cuerpo se acelerara. Ella puso una mano en su hombro y con la otra agarró fuerte la mano libre de Charles. Estaban muy cerca y la química hacía saltar chispas entre ellos. Comenzaron a bailar, nadie del establecimiento pudo evitar fijarse en ellos, lo hacían como si fueran expertos. Había pasión y sensualidad en aquel baile. Giros, roces... ellos estaban olvidados del resto del mundo, pero el mundo se paró para contemplarlos a ellos. Los demás pararon de bailar, murmuraban, estaban verdes de envidia.


Elena no podía hacer otra cosa que pensar en él. Cada roce, cada mirada, hacían que ella sólo tuviera más ganas de besarlo.


Y en aquel bar donde la música pareció parar por un momento, Elena y Charles se besaron, satisfaciendo así a sus anhelantes corazones.




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