Todo el mundo se preguntaba quién era esa chica que corría sin parar por mitad de la calle sin tratar siquiera de evitar la lluvia con un paraguas o un chubasquero. Llevaba el maquillaje corrido por sus párpados y su triste y pálida piel, mientras sus lágrimas se mezclaban con la lluvia que caía mojándola por completo. Sus ojos verdes ya no tenían esa chispa de esperanza, esa luz de vida. Estaban apagados, cual rosa marchita.
Sus ojos observaban el mundo con pavor. Su larga melena color caramelo estaba empapada y se le había pegado a la cara, ocultando así el dolor que su destruído corazón reflejaba. Corriendo se alejaba de sus amigos, de su familia, de su vida, de su amor perecido en el fondo de aquel lago. Se alejaba de todo. Sólo buscaba olvidar. No quería más promesas absurdas, ni mentirás, ni traición, sólo paz.
El sol estaba comenzando a salir. Las nubes comenzaron a disiparse con el primer rayo de sol. Era el momento perfecto. Jamás la encontrarían allí. La soledad y el pesar eran sus únicas compañeras en su paseo hasta el acantilado. Miró abajo. Las olas chocaban con brusquedad contra las afiladas rocas. Cerró los ojos. El viento le acariciaba mientras el aroma a mar salado le impregnaba hasta el alma. Se acercó un poco más al borde del acantilado y como un ángel que cae del cielo, se lanzó al vacío.
jueves, 29 de septiembre de 2011
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felicidades por tu entrada 300.
ResponderEliminarel texto te quedo precioso.