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martes, 20 de agosto de 2013

#428

- Nos llegaron rumores - dijo brevemente-. Historias sobre una pareja que consiguió escapar de las sombras, aunque nadie sabe como, después la chica desapareció.
- ¿Sí? - volvió a intentar incorporarse, pero los calambres hicieron que se volviera a apoyar en la pared.- Fuimos nosotros. Me secuestraron pero conseguí escapar, me reencontré con él y aquel fue el último día que lo vi. Y..., ¿sabéis lo que le pasó a... a mi amigo?

Preguntó, aunque creía saber la respuesta. Claro que la sabía. Estaba muerto.

Los vio allí, abalanzándose contra la puerta de su apartamento como un enjambre, y después, el ensordecedor ruido de los tiros.

La chica no contestó, se limitó a poner los labios en una línea rígida. No tenía que añadir nada más, estaba claro lo que aquello significaba. Estaba escrito en la compasión que sus facciones transmitían.

Rädsla cerró los ojos. Bosco, Bosco, Bosco... Su razón de vivir, su futuro, la promesa de algo mejor, se había ido, se había convertido en ceniza. Nada volvería a ir bien.

- Yo tenía la esperanza...

Soltó un pequeño gemido a medida que el nudo que se le había formado en el estómago subía a su garganta y le provocaba unas horribles náuseas.

- Creo - logró decir, conteniendo las ganas de vomitar.- Creo que voy a...

Se dobló sobre la cama y devolvió en el cubo que anteriormente le había puesto junto a la cama. El cuerpo se le retorcía por las arcadas.

- Sabía que esto iba a ocurrir...- dijo mientras desaparecía por el oscuro pasillo. Un instante después, volvió a asomarse por la puerta.- Por cierto, me llamo Ebba.
- Yo, Rädsla - dijo mientras una nueva oleada de vómito llegaba a su tráquea.
- Rädsla - repitió. Dio un golpe en la pared con la mano abierta.- Bienvenida al fuerte NJ.

Luego volvió a desaparecer y se quedó sola con el cubo.

Esa misma tarde, Ebba volvió con un nuevo cuenco de caldo. Esta vez lo bebió poco a poco y consiguió retenerlo en su cuerpo. Seguía tan débil que apenas podía alzar el bol hasta sus labios. Necesitó que Ebba le ayudara a sostenerlo. Supuso que debería avergonzarse por ello, pero era incapaz de sentir nada. Cuando al fin cesaron las náuseas, se sintió invadida por un aturdimiento tan completo como si le hubieran bateado la cabeza. 

Ahora que estaba consciente, tan sólo deseaba volver a dormirse. Al menos en sueños podía estar con Bosco, podía soñar que las sombras nunca habían llegado. Ya no tenía nada, ni familia, ni hogar, ni un sitio al que ir. Bosco se había ido. Ahora mismo, incluso su identidad había perdido completo sentido.

No podía ni siquiera llorar. Tenía las entrañas deshechas. No hacía más que recordar una y otra vez el sonido de los disparos. Intentaba darse la vuelta y volver a por Bosco, trataba de sacarlo de allí antes de que aquellos hombres lo mataran. 

No había nada más que hacer que hundirse. Los minutos se cerraban en torno a Rädsla y la ahogaban. Se sentía encajonada, como si estuviera en un ataúd.

Poco después escuchó ruidos de pasos, y luego, ecos de carcajadas y conversaciones. Aquello al menos le daba algo en lo que pensar. Trató de diferenciar las voces y adivinar cuántas eran, aunque era imposible, había demasiadas.

Cerró los ojos, respiró profundamente e intentó de nuevo obligarse a desprenderse de toda conciencia para conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, se despertó muerta de hambre. Se incorporó lentamente, apoyándose en la cama. Era la primera vez en días que se ponía de pie, aunque más que andar, gateó hasta el cubo que Ebba había dejado en una esquina de la habitación para que pudiera hacer sus necesidades. A cuclillas en la oscuridad, con la cabeza baja, sintió como la presión de su bajo vientre desaparecía al fin. Ya no era humana, era un animal.

Estaba tan débil que cuando llegó a la puerta, tuvo que hacer un descanso. Su cuarto desembocaba en un pasillo largo y oscuro. Era de piedra igual que la habitación, y tampoco tenía ventanas. Oía voces de gente que hablaba y reía, ruido de sillas que se arrastraban por el suelo, de cubiertos chocando contra platos. Sonidos de comida. El pasillo era estrecho e iba palpando el muro a medida que avanzaba, a medida que su cuerpo dejaba de estar entumecido. A su izquierda quedaba una puerta abierta que daba a una habitación amplia llena de productos de limpieza y de materiales médicos como gasas, antibióticos, vendas... Al otro lado había varios colchones colocados uno al lado del otro en el suelo, con algunas mantas y ropas encima. Un poco más allá, vio otro cuarto en el cual el suelo estaba casi cubierto por los colchones.

Sintió una punzada de culpa. Estaba claro que le habían dado la mejor cama y la mejor habitación. Aquellas personas la habían salvado y le habían dejado el mejor lugar para descansar, la habían cuidado hasta que estuvo sana y no le habían pedido nada a cambio.

El pasillo giraba bruscamente a la derecha y las voces aumentaban de volumen. En aquel instante consiguió distinguir el olor de la comida, era carne asada. El estómago le gruñó ruidosamente. Pasó al lado de otras habitaciones. Algunos eran dormitorios, pero había uno casi vacío donde tan sólo había estanterías con unas cuantas latas y algunas bolsas de harina y patatas. 

Otro giro a la izquierda y el pasillo terminaba bruscamente para dar paso a una gran sala, mucho más iluminada que el resto del lugar. A lo largo de la pared había una pileta de piedra similar a la que había en su habitación. Por encima, sobre una balda colocada a unos cuarenta centímetros de la pileta, descansaban aproximadamente una veintena de linternas a pilas que llenaban el lugar con una luz cálida. En el centro había tres mesas de madera largas y estrechas llenas de gente.

Cuando entró, la conversación se detuvo de repente. Docenas de ojos se alzaron en su dirección y de pronto Rädsla se dio cuenta de que no llevaba más que una amplia camiseta raída y sucia que le llegaba a la mitad del muslo. Todos la miraban sin apenas respirar. 

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