Seguir · Mimí · eldesvandemimi@hotmail.com · Twitter · Revista

viernes, 28 de octubre de 2011

#322

Derek y Rose, la pareja de ancianos que siempre se sentaba en la segunda mesa junto a la ventana, se conocieron en ese mismo café, el Café Bleue. En aquella época no existía la tecnología. La Primera Guerra Mundial aún no había tenido lugar, y nadie se imaginaba siquiera que algún día el hombre conseguiría llegar a la luna. Corría el año 1912, y los pocos que hoy en día han conseguido llegar a cumplir una década, apenas habían nacido entonces.

Derek, con sus entonces ocho veranos recién cumplidos, se pasaba las tardes ayudando a su padre James en su negocio, o al menos lo intentaba. Su escuálido cuerpo no era capaz de sostener una bandeja repleta de vasos y platos sucios que los clientes dejaban sobre las mesas. Por lo que después de un tiempo, James le cambió la tarea.

Su misión pasó a ser la de tomar nota de lo que los clientes pedían, y como el papel y el lapiz estaban muy caros, tenía que retenerlo todo en la memoria, cosa que no era su fuerte. Por eso, muchas veces acababa entregando el café del modo que no debía, o entregaba té en vez de un batido de fresa. Pocas veces acertaba con todos los pedidos, pero a pesar de todo siempre sonreía, pues el mejor saludo es una buena sonrisa, y eso era indispensable en un sitio en el que la gente iba y venía constantemente.

A la gente del lugar le gustaba saber que, si entraban al Café Bleue, siempre tendrían una sonrisa del pequeño Derek, junto con la mejor música de la época y el divertido momento de sus pedidos confundidos. ¡Oh! Y no nos olvidemos del olor, porque el Café Bleue tenía un olor especial que no podías encontrar en ningún otro lugar. La gente solía decir que olía a buenos momentos. Y, claro está, a café. Era un pequeño rincón maravilloso perdido entre las muchas calles de París.

Por eso Rose, cada vez que pasaba por delante del gran ventanal de camino a sus clases de piano, no podía evitar quedarse con la mirada clavada en Derek. Le gustaba el modo en el que sonreía. Su madre siempre le decía que aquel era un sitio vulgar, para gente vulgar, pero Rose estaba decidida a que algún día, entraría para conocer el nombre del niño de la sonrisa.

1 comentario:

  1. Hermosísimo, es muy tierno c: {aunque me parece haberlo leído antes}

    ResponderEliminar

¡Hola! Acabas de decidir garabatear algo para mi, espero de todo corazón que te haya gustado mi blog.
¡Un besito! ¡Y gracias por pasar!
(¡Ah! Y no olvides que puedes quedarte en el desván ^.^ )