Una de las cosas que más le gustaban a Elisa era beber té. Le gustaba caliente, para así sentirlo corretear en sus adentros. Solía oler su aroma, su frescor y eso la llenaba de vida. Y luego le daba por correr. Y corría y corría hasta la cima del tobogán más alto y pensaba que era invencible, que ni siquiera el viento sería capaz de derribarla.
Siempre creí que mi destino era salvar a Elisa de una fatídica caída.
- Elisa, baja por favor. Vas a acabar haciéndote daño- le solía decir aquellas noches en las que le daba por escapar.
- ¡Allan! ¡Deberías subir, desde aquí se ven unas estrellas increíbles! - solía decir.
Ahora se me empapa el alma de tristeza al pensar que ya no soy yo quien sentirá esa inmensidad junto a ella.
Escribes genial, y me muchísima pena que nadie te comente. Pero, tranqui... ¡Jemily va al rescate!
ResponderEliminar